martes, 24 de abril de 2012

FILOSOFÍA


En los textos de Arturo Roig, la reflexión sobre la condición humana está íntimamente imbricada con la preocupación por una forma particular de la existencia: la propia de aquellos hombres y mujeres a quienes ha acontecido la “suerte” de llevar adelante su proyecto vital (nacer, crecer, morir) en la circunstancia temporal y social que llamamos (martianamente) “Nuestra América”. Es desde esa modalidad peculiar de lo humano, que el filósofo mendocino se dispone a indagar la condición humana general. Y esta especial perspectiva sesgará todo el recorrido de su mirada, coloreando de un intenso fervor por lo propio toda la amplia y universalista comprensión antropológica y filosófica que se irá articulando en su propuesta teórica.

Ahora bien, para hacer plenamente justicia al pensamiento de Roig se hace necesario agregar que ese amor por lo propio no encuentra su impulso generador en alguna motivación narcisista ni en algún irracionalismo telúrico. El resorte que activa su interés es la experiencia dolorosa del olvido sistemático de que ha sido objeto nuestra particular humanidad, tanto en el discurso filosófico como en la historia occidentales. El reconocimiento de América Latina como realidad histórico-cultural específica tiene entonces el significado de un rescate e involucra la elección de pensar desde la alteridad, entendida entonces como el lugar pertinente para explorar la condición humana general. Alteridad que, desde esa puesta en valor de la identidad latinoamericana, se abre a la incorporación de una multiplicidad de formas de opresión y marginación, igualmente pertinentes para hacer arrancar el motor de la filosofía.

Con esta estrategia, inversa al procedimiento habitual, Roig busca deliberadamente develar lo que la perspectiva hegemónica, legitimada, institucionalizada como universal, ha ocultado permanentemente o, simplemente, ha invisibilizado. Si la versión “oficial” del discurso antropológico es la de “el” hombre, pensado como uno, universal, vencedor, histórico, civilizador, moderno, científico, etc.; la de Roig se situará en el lugar de la alteridad, del otro: el vencido, el particular, el natural, el bárbaro, el colonial, el primitivo. Desde allí se espera iluminar la parte de la realidad que quedó oculta para la mirada situada en el “buen” lugar.

Subyace a todo esto, como resulta obvio, una crítica dirigida sobre el contenido de verdad de toda la filosofía y la ciencia heredadas del mundo occidental, que son puestas en sospecha en sus pretensiones de “objetividad”.

Para nuestro autor, la filosofía, en tanto saber crítico, no comporta solamente una interrogación por el mundo objetivo sino también por el modo de ser del sujeto, entendido como instancia antropológica comprometida en el indagar filosófico y posibilitante de toda objetividad, de toda relación con los objetos. En ese sentido, la filosofía es un saber normativo, regulado por determinadas pautas implícitas de la sujetividad.

Esta relación entre la filosofía, por una parte, y el sujeto con su normatividad específica, por otra, se encontraría formulada por Hegel a propósito del “comienzo de la filosofía”. En efecto, el filósofo alemán establece que las condiciones para ese comenzar sólo se dan cuando hace su aparición en la historia un sujeto con determinadas características: es, por una parte, un sujeto plural, que representa una comunidad donde lo individual se ha integrado a lo universal (un “pueblo” en la terminología hegeliana); y, por otra parte, se presenta “posicionado” de una forma específica, esto es, se tiene “a sí mismo como valioso y tiene por valioso el conocerse a sí mismo”.

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